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Sábado 19 Mar 2022
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¿Cómo enfrentarse al cáncer? Historia de un milagro

Un diagnóstico de cáncer les cambió la vida. Madre e hijo se propusieron derrotarlo. Él como paciente, ella como cuidadora. En el Día Mundial de Concientización sobre el Linfoma.

Foto: Jorge Oviedo
 

 

Hace exactamente siete años la arquitecta bogotana Claudia González tuvo que enfrentar su peor pesadilla. Lo recuerda perfectamente. Eran las 11 de la mañana de un jueves a finales de marzo de 2014. Estaba sola en la casa que compartía con sus dos hijos –David y María Paula– en las afueras de La Calera. Después de agotar las excusas para postergar la llamada, tomó su teléfono y marcó el número que tenía apuntado en un papelito. Se lo había dado el doctor de su hijo, tres días atrás, para que llamara a preguntar por los resultados de la biopsia que le habían practicado. Tras identificarse, las palabras que escuchó al otro lado de la línea fueron contundentes y devastadoras: es positiva. Tiene cáncer, un linfoma Hodgkin. Hablen con un oncólogo hoy mismo. No hay tiempo que perder.

 

“No puedo explicar lo que sentí. Colgué el teléfono y no podía parar de gritar y llorar. Creo que ese fue el día de dolor más profundo en este proceso. Cuando no puedes dejar de preguntarte: ¿por qué a mí?, ¿por qué a mi hijo?”, recuerda Claudia, quien de inmediato llamó a su hija. Al ver el estado de su madre, María Paula, entonces de 27 años, se hizo cargo de la situación. Pidió la cita con el oncólogo, y organizó para que alguien trajera a Claudia a Bogotá. La única recomendación que les hizo el médico fue que no le dijeran nada a David, que él se encargaba de darle la noticia.

 

Un descubrimiento inesperado

 

“Tuve hasta las 3 de la tarde para tranquilizarme y recuperar la cordura. Debía hacerlo por David”, continúa Claudia, quien tras bañarse con agua fría para desinflamar sus ojos que ya ni podía abrir de tanto llorar, se maquilló y asumió el nuevo rol que le había puesto la vida. En el consultorio, madre e hijo se sentaron frente al escritorio del doctor; atrás escuchaban papá y hermana. “Me habían dicho que no podía llorar, debía ser fuerte. Así que cuando el médico, sin mayor preámbulo, nos dijo que el cáncer estaba en estadio dos, solo pude tomarle la mano a mi hijo”.

 

David es abogado, tiene 27 años, mide 1,75 metros y pesa 72 kilos. Luce un traje oscuro, tiene una voz profunda, una mirada intensa y no se quiebra ni un solo segundo cuando cuenta que a los 23 le diagnosticaron este cáncer. “Fue, aunque suene irónico, el mejor año de mi vida, porque tuve una plenitud física y espiritual que nunca había sentido”, asegura.

 

Todo comenzó en el segundo semestre de 2013 cuando empezó a sentir varias bolitas al lado derecho de su cuello. Pensó que no era grave. Aplazó la ida al médico hasta que al fin tomó la decisión de ir. Luego, empezaron las visitas a los especialistas. Todavía recuerda ese marzo de 2014 cuando su padre lo llamó a su oficina –llevaba poco tiempo en su nuevo trabajo en una multinacional– a decirle que tenían que ir al consultorio a recibir los resultados de los exámenes. “¿Ya sabes lo que tengo? Dímelo y yo me preparo”, le dijo. 

Todos los derechos al autor. Para leer el artículo completo visita: REVISTA DINERS 

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